miércoles, 12 de febrero de 2014

Los Juegos de la Comadreja: Capítulo 10

Me acurruco junto a un arbusto y empiezo a dar pequeñas cabezadas, mientras espero al alba. El tiempo pasa rápido, pero no dejo de estar nerviosa, no sé qué puede ocurrir allí. Antes de la hora acordada, me levanto y me dirijo y hacia la cornucopia, ya que creo que estaré más segura, cojo lo que es mío y me marcho sin llamar mucho la atención. El bosque se encuentra en estos  momentos en silencio, solo se escuchan mis pisadas sobre las hojas secas del suelo. No me encuentro demasiado segura con tanto silencio, todo está demasiado tranquilo. Por si acaso, voy girando continuamente la cabeza hacia ambos lados, pero eso conlleva que me vaya mareando debido a la velocidad a la que giro la cabeza. Cuando los árboles empiezan a estar más dispersos dejo de mirar hacia los lados, me concentro en mi objetivo. Empiezo a andar de rodillas, arrastrándome por el suelo, por lo que si miran en mi dirección, mi cuerpo no será más que un pequeño bulto en el suelo, podría parecer una roca. Cuando llego a la linde del bosque me duelen las rodillas, había demasiadas piedras pequeñas por el camino. Todavía no hay nada a la vista que aclare nada sobre el banquete, así que me adentro un poco en el bosque y me siento a esperar. Unos segundo más tarde,  sale una mesa del suelo. Sobresaltada, me incorporo, deseando averiguar más sobre lo ocurrido. Sobre esta se encuentran varias bolsas de diferentes colores y tamaños. En el centro de cada una de ellas se halla el número de cada distrito. Mi estómago ruge, necesito esa bolsa y rápido.  Mi distrito es el cinco, mi bolsa no es que sea muy grande, pero es lo suficientemente espaciosa para que contenga comida para algunos días. Es de color verde, por lo que se disimulará bien dentro del bosque. Antes de que pueda aparecer alguien me levanto y salgo corriendo para cogerla. Voy chocándome contra alguna de las ramas que se encuentran a mi paso, pero eso no me detiene, mi  objetivo es prioritario. Cuando llego junto a la mesa, cojo la bolsa de color verde y sigo corriendo en línea recta, aunque más tarde tenga que dar la vuelta para volver a la parte del bosque conocida, lo principal es pasar desapercibida. Cuando estoy otra vez dentro del bosque, escucho como alguien grita. Mi curiosidad puede conmigo, así que me giro y empiezo a inspeccionar lo que ocurre. Katniss, la chica del doce, se encuentra en el suelo, bajo el peso de la chica del dos, la que tira los cuchillos. Quiero ayudarla pero eso sería ponerme en peligro, me giro y sigo andando, ignorando lo que ocurre a mis espaldas. Cuando ya me he adentrado lo suficiente, me siento en medio de un claro y abro la bolsa. En su interior, hay una pequeña cantimplora de agua, llena, y un pequeño trozo de pan. Quizá no sea lo mejor que haya podido comer a lo largo de mi estancia aquí, pero es comida y se agradece. Saco el pan y le doy un pequeño bocado, pero tengo tanta hambre que acabo por comerme medio. Después saco la cantimplora, y don un trago. Es el mejor agua que he probado en mucho tiempo, ya que la del río estaba asquerosa. Poder comer de nuevo es lo mejor que hay, y con esa escusa, dejo que el tiempo pase mientras me dejo llevar por el cansancio. Cuando el sol se alza sobre mi cabeza, me levanto a estirar las piernas. Me doy la vuelta me dirijo hacia la otra parte del bosque, la conocida. Aunque estoy alerta, no parece que nadie quiera salir a atacarme, ya que seguramente todos hayamos acudido al extraño banquete. Seguramente estarán todos mirando lo que contiene la bolsa. Sin pensarlo, giro hacia la izquierda y salgo por el claro que hay detrás del bosque. Me acerco al riachuelo, me lavo la cara y me refresco los brazos. Más tarde, agarro con ambas manos la rama de un árbol y me subo en él. Pego la espalda al tronco para poder estirar las piernas y descansar. Anochece antes de lo esperado, por lo que todo está a oscuras. A tientas abro la mochila para terminarme lo que me quedaba, pero en ese momento suena un cañón. Me coge desprevenida, por lo que se me cae el pequeño trozo de pan que tenía. Dirijo la mirada al cielo, ya que no tengo otra cosa mejor que hacer, y veo las fotos de los tributos que hoy han caído. Solo hay tres; solos recuerdo a dos, Tresh, el chico del once, no lo conocía mucho pero era bueno, y Clove, la chica del dos, ella no me da lástima. Busco la cantimplora, pero no la encuentro ya que debí de dejármela cuando paré. La noche se me hace muy larga, más de lo normal, y no puedo conciliar el sueño. Vuelvo a tener hambre, ya que antes no pude comer. A lo lejos se oye el canto de los sinsajos, lo que me ayuda a tranquilizarme y adormilarme. Mientras va amaneciendo, el sol me da en la cara, así que entrecierro los ojos. Me duele la barriga, mis ganas de llegar al final disminuyen. No quiero seguir allí dentro. Solo quedamos cuatro, no creo que tenga ninguna posibilidad, pero tampoco quiero darle el gusto de matarme a alguno de los tres. Llego a una conclusión, quiero suicidarme. Me bajo del árbol, decidida. Segundos más tarde escucho voces, provenientes de detrás de mi espalda. Decido dirigirme hacia ellos, solo para cotillear. Son los del doce. Ella se dirige hacia mí, hacia el interior del bosque, arco en mano, mientras que el va hacia abajo, hacia otra parte del bosque, pero lleva la mochila. La esquivo a ella y empiezo a seguirle sin que se dé cuenta. Cuando ya nos hemos adentrado un poco en aquella parte bosque, se quita la mochila y la coloca en el suelo. Con cuidado, la abro y veo que en el interior hay un poco de queso y de pan. ¡Me muero de hambre! Me dejo llevar y cojo un poco de ambos. Si voy a morir, quiero morir a gusto. Cierro la mochila, sin que lo note, y le busco. Está agachado recogiendo unas bayas pequeñas, redondas, moradas. Jaulas de noche. Parece que no sabe que son venenosas, antes de poder tragarte una ya habría muerto por intoxicación. Mi arma perfecta. Con sigilo, me acerco hacia el pequeño arbusto, ya que él se ha desplazado al de al lado. Estiro la mano y cojo una. La muerte entre mis manos. Cojo una bocanada de aire. Tengo miedo, pánico, pero debo hacerlo. Cierro los ojos, me llevo la mano a la boca, suelto la baya y la muerdo, adentrándome en un sueño del que nunca podré despertar.

FIN

Muchísimas gracias a todos los que me habéis leído hasta el final.
Muchos besos.